El hecho de que Lucía Amelia Cabral naciera en Argentina no es casual para mí, cazadora de detalles. Cierto que sus padres eran diplomáticos, cierto que ella es auténticamente dominicana; de una familia de amplias raíces en la historia de nuestro país. Cierto que pone sillas de guano, personajes maromeros y panes de agua filósofos en sus historias, que no pueden ser más caribeños y sus cuentos están llenos de mares por descubrir.
Pero Argentina es brillante en su cultura, como la plata, como el plenilunio. En ese país moran las hadas que he querido invocar al lugar de admiración de María Elena Walsh, Elsa Bornemann; María Cristina Ramos, María Teresa Andruetto, Graciela Cabal y tantos que podrían llenar un directorio. Pero todos comparten con nuestra Lucía Amelia la utilización del lenguaje figurado. Utilizan las figuras del pensamiento con maestría. No dejan ninguna duda de que están haciendo literatura desde la concepción de la idea hasta la puesta en blanco y negro de las palabras. No tienen el menor asomo de didactismo. No les quita el sueño la moraleja y sin embargo... ¡Cuánto enseñan!
Claro, un crítico dirá algo con relación a la estética y me echará un discurso sobre la belleza mientras sigo cazando los hechos que sostienen mi interés, la novedad que me hace volar tras las palabras y la originalidad que me sorprende con sonrisas.
Lucía Amelia Cabral escribió HAY CUENTOS QUE CONTAR antes de 1977, año en que fue publicada la obra. Son catorce cuentos o narraciones preciosos que ganaron premio y aplausos y que me gustaría muchísimo ver en manos de niños y niñas actuales. Algún libro de lectura ha captado uno o dos de estos cuentos, pero no se puede comparar el placer de la lectura personal con una lectura obligatoria.
Confieso mi desventaja. He leído y gozado estos cuentos cuando mi infancia es un estandarte imaginario en el que me refugio de la vida normal. Tengo mil pretextos para salvaguardarla de la madurez. Tal vez por eso escribo cuentos y todo lo que puedo en nombre de la lírica (si de sacar sentimientos se trata) y tal vez por eso colecciono cuanto libro bonito para niños y jóvenes me pasa por los flancos, el frente o la retaguardia. ¿Cómo «crecer» si hay tanto que soñar?
Este sentir mío me ayuda a confirmar que el entusiasmo se contagia. Mi placer por la lectura y la fantasía ha marcado a mis hermanos menores y ahora a mis sobrinos. Y hablo de mí porque es tan profunda la huella que marca la lectura en los primeros años que no puedo dejar de insistir cuando observo que hay tanto libro bueno alrededor al que no se le saca provecho. HAY CUENTOS QUE CONTAR de Lucía Amelia Cabral es uno de ellos. Lamentablemente, ediciones agotadas.
Lucía Amelia ha comprobado en Portugal, en la Feria de Lisboa que la calidad de su obra ha moldeado vidas. Una madre criolla que ahora es cónsul en la Embajada dominicana en esa preciosa y mágica ciudad, casada con un portugués y preocupada porque sus dos hijas no perdieran el idioma español, llevó consigo en 1977 un ejemplar de la obra y ahora, en 1998, Lucía Amelia fue invitada por Unión Latina de Lisboa a dar una conferencia que se convirtió en coloquio. Enfrentada a so narradores portugueses que manejan la literatura infantil y juvenil desde la educación, vio surgir de entre el público a una familia de padre, madre y dos hijas de veintitantos años, dando su testimonio por amor por el Dr. Helecho, por Gabino el caballito que sale a trotar mundo y su fe en el vuelo alto de la chichigüa. Este libro, esta autora, amarraron lazos con el idioma materno y ya nunca lo desataron.
Lucía Amelia Cabral, escritora por vocación y formación, prueba desde su camita de ajonjolí que una silla de guano y un burro, dos lindas muñecas y dulces criollos son el almíbar feliz en que la fantasía y la ilusión tienen sabor a canquiña cibaeña.
Porque en 1977 Lucía Amelia dio a luz la Literatura Infantil dominicana, es la «mamá» del género en República Dominicana. Sí. Hay otros escritores, pero Lucía Amelia es la que escribe con toda la intención y cumple con todos los requisitos que ayudaron a «profesionalizar» un oficio que se ha ejercido antes por encargo, con fines didácticos o de casualidad.
Es a partir de Lucía Amelia Cabral que otros escritores importantes empezaron a considerar que escribir para niños no era cosa sin importancia.
Leibi Ng
(Publicado originalmente en LA NACIÓN en 1998)