martes, 17 de mayo de 2022

Realidad y perspectivas de la literatura infantil en la República Dominicana (1997)

Rafael Peralta Romero

La realidad de la literatura para niños en la República Dominicana nunca ha sido grata. La literatura general tampoco ha disfrutado del esplendor deseado, pues los hijos de una familia no vivirán otra realidad que aquella que le determine su condición social. Quiero decir que los apuros y estrecheces para su divulgación e inserción en la conciencia nacional afrontados por nuestra literatura, son transferidos por vía sucesoral a la literatura infantil, mal considerada por algunos como literatura menor, cuando en verdad se trata de una literatura para menores.

A la falta de mercado y de apoyo editorial que caracteriza a nuestra literatura general, se unen dificultades particulares cuando se trata de la creación literaria para los niños.

Los padres conscientes de sus responsabilidades y sobre todo si su estatus económico se lo permite, llevan cuenta de la alimentación del niño, de cuándo le tocan las vacunas, de su cumpleaños y de dotarlo de juguetes. Pero la mayoría ignora que también tienen el deber de iniciarlo en la lectura y adquirir para él los materiales necesarios, además de ayudarlo cuando la edad lo requiere.

Durante mucho tiempo los maestros de la educación básica han desconocido la existencia de libros escritos para niños en nuestro país y por tanto no pudieron hacer uso de ellos en sus programas de incentivo a la lectura. La situación prevalece en muchos casos.

De modo que los dos principales agentes de comunicación directa con el niño (padres y maestros) no han tomado en cuenta un factor clave para el desarrollo intelectual de éste, tanto como para el disfrute de momentos de placer espiritual.

Esta actitud se ha querido amparar en la presunción de que no hay producción literaria infantil, pero la verdad es que la creación de textos infantiles es en nuestro país relativamente reciente, pero sólo en los últimos 27 años, desde la publicación de «Bazar de Juguetes», de Armando Oscar Pacheco, han sido impresos cerca de un centenar de libros, mientras que Miguel Collado en sus apuntes sobre libros dominicanos, registra más de esa cifra.

¿Cuántos libros de lengua española de la educación básica han usado como complementos ilustrativos y de refuerzo los cuentos y poemas de nuestros autores? La realidad indica que muy pocos, aunque afortunadamente revela también que este aspecto comienza a cambiar.

Quienes formamos parte del Círculo de Escritores de Literatura para Niños y Jóvenes comprobamos cada día la frecuencia con que aparecen cultivadores de géneros infantiles, muchos de los cuales cargan la ilusión de hacer realidad la publicación de sus creaciones o habiéndolo hecho por su propio esfuerzo procuran salida para la mercancía.

Desde los púlpitos católicos se proclamaba una vez, cuando yo era niño, que «la familia que reza unida, permanece unidad». ¿Por qué no extender la sentencia para que se tome conciencia de que la familia que lee unida, se desarrolla y permanece unida? Pero la falta de hábitos de lectura en la familia conlleva que el niño desarrolle otras preferencias, de acuerdo a su clase social, y no la lectura.

En cualquier país, señores, y no necesariamente de Europa, la literatura para niños es asunto de interés público y social. Es materia de estudio para las universidades y para las entidades comprometidas con la producción y divulgación del conocimiento. Aquí, todavía no se ha escrito la historia de su congoja, para decirlo con versos de Norberto James, con excepción de los pasos dados por Miguel Collado, la profesora Fiume Gómez que prepara una antología y la persistente labor de Margarita Luciano y Eleanor Grimaldi.

Si a los elementos señalados, adicionamos la desaparición de la vieja costumbre del cuento oral, que durante siglos copó la atención de generaciones de niños, es para albergar el temor de que nuestros niños se están quedando sin derecho a la imaginación. Un ser por cuyo interior no circule la fantasía, un ser despojado de la capacidad de transitar mundos, diferentes al que pisa, podrá ser biológica o cronológicamente niño, pero un niño trunco e incompleto.

Los aspectos que he señalado sobre la realidad que caracteriza a la literatura para niños, justifican colocarla en un panorama sombrío. Pero no escaparía yo al estigma de injusto si lo dejo todo ahí. Si no digo que últimamente vienen ocurriendo algunos cambios que llenan de esperanzas a todos quienes hemos fijado nuestra atención en el quehacer literario para niños.

Vale citar el referido estudio recopilador que prepara la profesora Fiume Gómez, profesional de larga experiencia en la enseñanza universitaria, que ahora dedica sus esfuerzos a esta rama literaria.

No menos importante resulta el funcionamiento de bibliotecas infantiles, las cuales constituyen necesarios espacios abiertos para hacer que el libro infantil llegue a su público y que por tanto se consuma el hecho literario, iniciado con la creación por parte del autor.

En el año 1977, el desaparecido Banco Condal convocó a un concurso de literatura infantil cuya impronta permanecerá largamente. ¿Qué no habrá de pasar cuando el Estado dominicano otorgue el premio anual de literatura para niños, como viene ocurriendo desde hace décadas con las demás vertientes literarias?

Se trata, señores, de que el Presidente de la República anunció durante la pasada Feria Nacional del Libro la institucionalización de ese premio. Ello permite vislumbrar un empuje considerable para las obras literarias destinadas a los infantes.

Insistiendo en la importancia de los maestros de la educación básica como canal para acercar la literatura a los niños, debe resultar una magnífica perspectiva el saber que cientos de maestros de nivel primario que reciben formación universitaria mediante un programa Gobierno-UASD-EDUCA, cuentan como parte del programa de enseñanza con la asignatura Literatura Infantil, con lo que la misma se acentúa en la condición de requisito curricular.

El interés prestado por diarios nacionales para incluir en sus ediciones suplementos destinados los niños en los que se incluyen textos literarios, parece señal alentadora para esclarecer el penumbroso ambiente en que se ha desarrollado nuestra creación literaria destinada a los niños. Otras publicaciones dirigidas a los «locos bajitos» resultan estimulantes para los creadores.

La celebración misma de este coloquio es indicativa de que se forja un futuro de otro color para la actividad literaria destinada a los niños, si bien marchamos muy a la zaga de países como Argentina y Cuba, por ejemplo, en cuanto a tratamiento a la literatura para niños.

Llega la hora de terminar. Pero no puedo hacerlo sin señalar como elemento favorable el entendido de que la persona que se dedica a escribir para niños asume un doble compromiso. Primero ser escritor, con todo lo que ello implica y en segundo lugar, desarrollar un lenguaje y una sensibilidad que permitan tomar el corazón de los seres más dignos de aprecio y respeto sobre la tierra. Federico García Lorca, José Martí, Horacio Quiroga, Gabriela Mistral, Nicolás Guillén, Carmen Natalia, Aída Bonnelly de Díaz y Marcio Veloz Maggiolo, son ejemplos elocuentes.

Estimo no lejano el tiempo en que el Estado acoja como proyecto formal y hasta político el apoyo a la creación y difusión de la literatura para niños. Que los padres y madres entiendan que ellos han de ser los primeros recipiendarios de la obra infantil, para que luego llegue a los niños. Que la familia incentivará la lectura como gozo, disfrute paralelamente con los juguetes y que entonces los libreros y editores buscarán el libro infantil como objeto de comercio.

No sé si con estas visiones me estoy volviendo niño, pero después de todo, quien no se hace como niño, está escrito, no entrará al reino de los cielos.


Rafael Peralta Romero

Especial para Tertulia

sábado 18 de octubre de 1997