domingo, 21 de septiembre de 2014

Dunga y la hormiguita: doce cuentos de Luisa Comarazamy

La autora, Leibi NG, a partir de los valores universales de la literatura infantil, comenta el reciente libro de Luisa Comarazamy “Dunga y la hormiguita”, obra creada con el fin de entretener a la niñez y juventud dominicanas.
Luisa Comarazamy

Dentro del Círculo Dominicano de Escritores para niños y jóvenes, he tenido el honor de ir “Por la ruta de los soles” de la mano de Brunilda Contreras y luego me elevé igual de alto en “Vuelo de amigos” con nuestra querida Aída Bonnelly de Díaz. Ahora, por los lazos del oficio y de la amistad que me unen con el licenciado Miguel Collado, la licenciada Fiume Gómez y del doctor Diómedes Núñez Polanco, me encuentro con el abrazo de bienvenida de Luisa Comarazamy tras un viaje de fantasía y responsabilidad junto a Dunga y la hormiguita.
Este 20 de octubre, fecha en que se hace de público dominio esta obra dedicada a los niños de 6 a 99 años, nos sentimos racionalmente cuerdos, estupendamente firmes en la meta de contribuir con los fines de la literatura infantil y juvenil dominicana.
He sacado el beneficio de conocer la obra antes que a la autora, y me encanta, puesto que es la relación inicial del lector. He sabido correr ansiosa buscando autores de quienes sólo había leído fragmentos, un cuento, un artículo, en fin, una parte de su obra. Luisa Comarazamy me ha dejado la impresión de ser efectivamente orientada a la acción. Me identifico con ella. Nunca avanza la teoría si no hay acciones que la sostengan.
En más de una ocasión externé mi criterio de que la literatura infantil y juvenil tiene un propósito fundamental: entretener, que es lo mismo que divertir. Cada vez estamos más conscientes de que sólo la lectura que deja volar la imaginación, la que nos despierta el goce estético, la que nos muestra algo de lírica y nos emociona tras la combinación que despiertan las palabras en singular sentido, es la literatura válida. Ahora bien, es sabido que la LIJ tiene sus reglas dentro del género porque está predestinada a un público conformado con características y cualidades dadas. Esos seres en desarrollo son muchas veces tomados de pretexto para dedicarles obras que no les llegan al corazón, o a los sentimientos, porque tampoco les llegan a la mente racional.
Yo pienso que esto sucede cuando una obra no tiene calidad. Utilizo esta palabra expresamente porque a pesar de que siento al libro dirigido a los niños y a los jóvenes como algo que no puede considerarse un objeto de consumo, no puedo olvidar que estoy dentro de una sociedad regida por reglas y patrones y ciertamente por un mercado muy poderoso. Y es dentro de esta sociedad donde crecen nuestros niños y niñas.

Alberto Moncada
El sociólogo español Alberto Moncada, en su libro “Cultura de la solidaridad”, expresa lo siguiente: “Los niños de hoy aprenden pronto el valor del dinero, de la lucha por la vida, aprenden a ejercitarse en varias dinámicas del poder y, para colmo, una parte importante de la moderna pedagogía consiste en estimular la competitividad precoz. Yo creo que se hace inevitable un gran compromiso y una redefinición de la vida cotidiana”.

Y al redefinir la vida cotidiana, se hace evidente que debemos adoptar criterios unificados sobre los propósitos de la literatura infantil y juvenil que creamos.

En este sentido, yo me suscribo bajo los lineamientos de un autor japonés llamado Yasuke Teshima quien crea libros combatiendo la literatura infantil y juvenil insulsa. Estos son sus planteamientos, no textuales:
La LIJ está obligada a mostrar una vida cargada de sentido.
La LIJ tiene que transmitir a sus lectores entusiasmo, estímulos y confianza en la capacidad que todos tenemos de ser creativos a partir de nuestro autoconocimiento. ¿Por qué? Precisamente porque está dirigida a seres en formación, en desarrollo, en crecimiento, ¿y quién puede llegar lejos con pesimismo y falta de confianza, sin entusiasmo o fe en el porvenir brillante que merece?
La LIJ tiene el deber de transmitir valores que permitan a los niños y niñas hacer suya una idea total armónica y equilibrada del mundo que les pertenece.

Esto es parte de la nueva visión que toca hoy día a la Literatura Infantil y Juvenil. Si la vida cambia, el arte, expresión de la vida, CAMBIA con ella transformándose a sí mismo en lo que la Humanidad requiere a cada paso.

Todos los autores del género estamos insertos en esta observación de la vida porque está claro que el propósito de cada creador es llegar al corazón de sus lectores de las edades que sean.

Los adultos ponemos mucha de nuestra energía en formar a los niños bajo el régimen disciplinario que nos corresponde. Es un orgullo para nosotros mostrar la buena conducta de nuestros hijos como un logro que podemos exhibir. Pero esto no sería posible si cada madre, cada padre NO dedicara a sus hijos el tiempo que requieren para su formación.
Es muy contradictorio dedicar todo nuestro tiempo al trabajo, a las ocupaciones remuneradas, a los oficios que nos permiten sobrevivir y al mismo tiempo aspirar a tener una familia idónea. Es en este tiempo que surge el estilo de convertir a los maestros en padres, al servicio de la sociedad o en extensiones de nosotros mismos;  así  como a la televisión en sustituto-niñero. Una mezcla de los bueno y lo malo.
Muchos padres tienen soportes en sus iglesias. Hay una comunidad que ayuda a criar. Otros pueden contar con clases colaterales (yudo, karate, ballet, gimnasia… por ejemplo) que encierran una disciplina en particular y ayudando a mantenerlos ocupados. He leído que si un niño se forma en las artes, en los deportes, jamás podrá ser un adulto malo.
En fin, tal vez exista la suerte de insertar a los niños y niñas en instituciones como los Boys o Girls Scouts, quienes a través del escultismo, prácticas de campo, adquieren la educación en valores. Pero no estamos hablando de la generalidad.
Luisa Comarazamy ha reflexionado desde su posición múltiple de mujer, maestra, madre, educadora y psicóloga sobre la marcha de los niños en formación y nos regala esta elefanta Dunga, enorme en el espacio que da sombra a nuestros hijos e hijas. Una sombra que además de hacerles pasar un buen rato entretenido, les permitirá reflexionar sobre cosas tan cotidianas, pero a la vez tan difíciles, tan cercanas pero tan lejanas, como el amor, la paz, la paciencia, el respeto, la limpieza, la no violencia, la acción correcta. Valores y subvalores que sustentaron, sustentan y sustentarán a nuestra civilización y que sólo pueden transmitirse a través de vivencias. Detallados cuidadosamente después de cada relato para que no nos sintamos tan solos, tan confundidos o tan perdidos, en el difícil arte de acompañar el crecimiento de nuestros niños y jóvenes.
Utilizando en muchos de los doce relatos, el formato de la fábula, instrumento moralizante ideal desde todos los tiempos dando vida a estupendos personajes del reino animal. Luisa Comarazamy nos transmite sus historias interesantes colmadas en lecciones de vida.


Dunga y la hormiguita, eso está claro, nunca será un padre sustituto, pero muy bien cumplirá el papel en alguna que otra ocasión, llegando su mensaje como deben llegar las cosas, en el momento oportuno, cuando el niño está preparado para recibirlo. Entonces será imborrable en el corazón de niños y niñas ese valor y más aún en el corazón del infante que cada uno de nosotros lleva dentro.

Autora: Leibi NG.
Artículo publicado en el Suplemento de La Nación LECTURAS DE DOMINGO
el 7 de noviembre de 1999
Santo Domingo, República Dominicana.


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