jueves, 21 de agosto de 2014

Algo que decir sobre “Jinete de Nubes” de Lorealy Carrón



Chiqui Vicioso
Por Chiqui Vicioso
Especial para La Nación


Oscar Holguín-Veras
Hace unos días me trajo Lorelay Carrón su último libro para la niñez dominicana: “Jinete de Nubes”. Un libro que hoy celebramos porque son muy contados los autores y autoras de literatura infantil en República Dominicana. 

En mi lista, apenas unos catorce o quince, y de ellos sólo tres hombres: Rafael Peralta Romero, Oscar Holguín Veras y últimamente el inefable y muy querido amigo: Silvano Lora.

Este número de autores no niega el creciente interés que existe sobre este género: la literatura infantil. Para sólo mencionar un caso debo referirme a la poeta puertoplateña Johanna Goede, quien está trabajando en un cuento y obra de teatro para niños y niñas sobre la vida de las Hermanas Mirabal.

Como ella, conozco a otras escritoras quienes están incursionando en el género y ello me llena de alegría, sobre todo si recordamos que en este país existen pocos precursores contemporáneos de literatura infantil, siendo una de ellas Mechi Hernández con el suplemento de La Noticia, primero en su género (donde Lorelay, por cierto, se inicia en estas lides) y Lucía Amelia Cabral.



Lorelay Carrón
Esto que digo no es nada nuevo, ni que se aplique exclusivamente a nuestro país, donde una rápida mirada a la literatura dominicana nos presenta como gran preocupada por la literatura para niños y niñas a la poeta petromacorisana Carmen Martínez Bonilla, autora de algunos de los textos más poéticos en este género, entre ellos: “El país de las hadas”, “Las caperucitas azules”, “Blanca Nieve”, “La bella durmiente”, “El patito feo y la hora azul”. Estas versiones dominicanas de algunos clásicos las llevó luego a la radio donde, junto con su gran amiga Maricusa Ornes, los dramatizó en pequeñas obras de radioteatro.


Carmen Natalia Martínez Bonilla
Ni tampoco esta pobreza textual en República Dominicana fue una excepción. Si revisamos la historia literaria más reciente del continente, y particularmente la del grupo de mujeres escritoras que se distinguió como generación literaria, hablo de las poetas pos-modernistas, o neo-románticas (como prefería llamarlas Pedro Henríquez Ureña), nos damos cuenta de que en lo que a literatura infantil se refiere, en Chile resuena un nombre fundamental: Gabriela Mistral; en Uruguay se destaca Juana de Ibarborou, cuya selección de prosa y poesía fue adoptada por las escuelas públicas en 1924, publicándose en 1925 “Ejemplario”, un libro dedicado a la enseñanza literario-moral, así como, 20 años más tarde, su libro “Los sueños de Natacha”, compuesto por cinco obras de teatro para niños y sus tres biografías (Roosevelt, Sarmiento y Martí), las cuales se llevaron al radio-teatro para la niñez, donde fue una precursora al igual que Carmen Natalia en nuestro país.

En la Argentina es la poeta Alfonsina Storni la que combina la docencia con recitales en escuelas de niños débiles mentales, ocupando en 1921 la cátedra para niños en el Teatro Infantil de Labarden, donde escribe obras teatrales para niños y niñas como “Polifenia” y “La Cenicienta”, y tres obras de teatro infantil reunidas bajo el título de “Dos farsas pirotécnicas.

Si las menciono es porque ellas no sólo subrayaron la carencia generalizada de autores y autoras de literatura infantil, sino porque también simbolizan la fusión de la vocación creadora con la magisterial, algo que aquí autoras como Eleanor Grimaldi, Fiume Gómez, Margarita Luciano y doña Aída Bonnelly vienen conjugando desde hace tiempo, en la vieja tradición martiana de La Edad de Oro.


Aída Bonnelly
Hay razones pues para celebrar, primero el que el número de escritoras en este género se esté ampliando, segundo el que sigan produciendo textos que como éste último de Lorelay van incorporando poco a poco la realidad racial y cultural dominicana.
De hecho eso es lo primero que celebramos, es decir, la evolución desde un texto como “Roberta, la Elefanta Roja y Coqueta”, texto sencillo, rimado y breve, a “Jinete de Nubes”, donde el protagonista es un niño mulato, como casi todos los niños dominicanos, y mulatos y negros, son también sus amiguitos. De igual modo, el paisaje es fácilmente identificable como el paisaje urbano de Santo Domingo, ambos junto con el lenguaje correcto y diversificado, logro de este texto, así como la superación de la enfermedad a través del sueño, de la imaginación que es y siempre será un viaje al infinito sea éste el cielo y las estrellas, o el mundo interior de cada niño y niña.

¿Qué falta en este cuento? 
Los maravillosos acertijos y juegos de “Y se los Llevó el Sol”, que tan entretenida hicieron su lectura para niños y adultos. Es mi humilde opinión que esta tradición, que también convierte los libros en instrumentos de docencia, se retome en los próximos cuentos que escriban Lorelay y sus compañeros y compañeras de oficio.

¿Futuros desafíos?
En un país donde la niñez lee cada vez menos, por el reino de la televisión, el nintendo y los juegos electrónicos, hacer de los libros infantiles el primer escalón hacia el teatro, los títeres, el CD, o los casettes, tarea en la cual las empresas que se especializan en productos de consumo para la niñez, como en este caso Baskin Robbins, pueden aportar el apoyo material necesario.

Ojalá que esta reunión también sirva para calendarizar futuros encuentros donde hacer saltar la imaginación creadora colectiva, en esta búsqueda urgente y maravillosa que es enseñarle a la niñez que existe más de una realidad, más de un mundo, más de una explicación a lo que perciben, o a lo que les han enseñado, donde ellos tienen un espacio para recrear y escribir la realidad, para imaginarla, y no tener que decir, como el gran poeta alemán Rainer María Rilke:

“Me espantan las palabras de los hombres.
Dicen todo con harta claridad:
Esto se llama perro, aquello casa,
y aquí está el principio y allí el fin”.

©Chiqui Vicioso
Especial para La Nación
publicado el martes, 25 de agosto de 1998

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